miércoles, 27 de abril de 2016

Recaídas

Recaídas. Una vez escuchè que pueden ser incluso peor que el primer golpe. Para un paciente con trastorno de estrés postraumàtico, recaer, es revivir. 
Cuando una persona pasa por una situación traumàtica, tan terrible, tan inimaginable, de la que no puede escapar físicamente, huye mentalmente. El cerebro hace esa jugada magistral para protegernos. El sistema simpático, tan famosamente llamado "de lucha o huìda", activa ese mecanismo. Básicamente le dice a tu cerebro: si no podès enfrentarlo, corrè. Y ese órgano todo rugoso obedece. No se apaga, pero ve y guarda todo como como un observador silencioso incapaz de hacer nada. Ve, pero no siente. Mira, pero no actúa. Es la forma que tiene de protegernos, y lo hace con gran éxito. Todo se hace ajeno, como si fuera una película. Racionalizamos, negamos, retrocedemos. Así, sobrevivimos.
El problema es que todo eso que sentimos de una forma camuflada por asi decirlo, no se elimina en forma permanente, y cada hecho, cada acción, todo ese dolor, todo ese miedo termina en la papelera de reciclaje: el inconsciente. 
Cuando estemos a salvo, cuando estemos listos, el cerebro dice "es hora de enfrentarlo y procesarlo". Ese cuando estemos listos, es bastante mentiroso en realidad. Uno nunca esta listo para volver a pasar por eso, ya sea literalmente o en recuerdos. Pero tarde o temprano, hay que hacerlo. 
Si dicho suceso no ocurre de forma adecuada, sobreviene el famoso estrés postraumàtico. Un estado patológico donde la persona no logra asumir lo que ocurrió y seguir adelante. No lo hace a propósito, no es consciente ni quiere pasar por victima. Fue victima y asumir tal rol, y tal dimensión de todo lo que le ocurrió, es simplemente, demasiado. Es demasiado saberse frágil, es demasiado pedir ayuda, es demasiado sentirse abusado por el morbo y la curiosidad de la gente, es demasiado estar solo en la incomprensión..
Recaer, es demasiado. Lo que sufre un paciente que padece de tal mal, es aberrante, es aniquilador. La persona es manoseada una y otra vez por esa terrible anécdota. Y no solo la recuerda, la revive constantemente, con mayor o menor intensidad; le aplasta la cabeza, le come las ganas. Sueña, pero no descansa, porque los sueños solo le repiten todo el tiempo eso que se esfuerza por olvidar. Vive, pero la memoria se las apaña para salir a flote, y cada momento de su vida, algo lo arrastra de nuevo.
Lo peor son las personas. Las personas pueden ser malignas por naturaleza, y maltratar a alguien de tal manera que lo anule tanto como sus propios recuerdos de lo sucedido. El que no comprende, el que desestima, el que es indiferente ante el dolor, el que culpabiliza a la victima, esos son sanguinarios. 
Aquellos que sufren de trastorno de estrés postraumàtico por haber vivido una situación cercana a la muerte, muchas veces se preguntan si abandonarse a ella no hubiera sido lo mejor. Y no porque tengan tendencia suicida, tienen deseos de un descanso de cualquier tipo, de lo que sea que les traiga un poco de paz. 
Recaen, porque los monstruos se cuelan por las grietas de la memoria al menor descuido. Recaen porque los recuerdos les dicen firme y alto "ACÁ ESTOY". Recaen, porque un cerebro lastimado les dice con desesperación "quiero sanar". Recaen... porque el siguiente paso nunca llega, ni llegarà. Ahora, las sombras del eclipse, los van a acompañar por siempre y lo único por hacer, es respirar hondo, mantener la mirada firme ante lo bueno y lo malo. Basta de huir, es hora de enfrentar, por siempre, y hasta el ultimo respiro. A esos fantasmas que llegaron para quedarse, hay que decirles plantados "mucho gusto, tomen asiento. Tal vez nunca termine de ganar, pero les aseguro, que ustedes tampoco me van a llevar tan fácil."

domingo, 24 de abril de 2016

Más amor, por favor

Una amiga me transmitió el año pasado la frase "así, no me hablo más". ¿Te acordas Belu que la escribiste en el espejo?
Últimamente pienso mucho en esa frase, la rememoré el otro día. Porque, ¿cuántas veces bajamos la cabeza y aceptamos lo que creemos merecer?
¿Cuántas veces  abrazamos un amor, una amistad, un trato a medias, mediocre? ¿Cuantas veces nos conformamos, aceptamos que el otro tiene razón y que nosotros somos menos, inferiores, inútiles súbditos que deberíamos callarnos y soportar?  Hay una línea muy fina entre el orgullo soberbio y el amor propio. Entre la humildad y la sumisión. A veces cuesta encontrar el equilibrio sin que la reacción se desvíe hacia alguno de los lados. Cuesta  ser valientes para pedir perdón cuando nos equivocamos, pero también se requiere de un gran coraje para plantarse y decir: hasta acá llegué, hasta acá te dejo llegar; esto no me lo me lo merezco, así no me hablo más...

miércoles, 20 de abril de 2016

Había una vez sin Sancho

A mi amigo Sancho...

Había una vez un Don Quijote, sin Sancho Panza. Lo sè, cuesta imaginarlo, ¿no? Nos dicen Don Quijote, y automáticamente evocamos también a Sancho montando en su pequeño burro, fiel escudero de aquel loco lindo, que no veía molinos de viento, sino gigantes. Porque claro, de no ser por Sancho, las aventuras de aquel hidalgo, hubieran terminado pronto, ya fuera porque lo habrían tildado de loco, de hereje, lo hubieran matado los gitanos, o tal vez, guillotinado un molino. Don Quijote hubiera estado solo y triste, vagando sin rumbo preciso en sus fantasías, cabalgando hacia ningún lugar. 
¿Y Sancho? Sancho, hubiera vivido apagado en un mundo sin magia. Jamás se le habría ocurrido mirar mas allá del melancólico gris de la rutina y las estructuras. 
Sancho, su amigo Sancho, seguía a don Quijote con una lealtad digna de un caballero. Don Quijote a su lado, cabalgaba seguro y acompañado. Sancho, con el, aprendía a soñar, y Don Quijote con Sancho, a tener los pies sobre la tierra. 
No eran uno sin el otro. Por eso a Sancho se lo considera coprotagonista de la historia, y no un personaje secundario.
Y si, eran remotamente diferentes, agua y aceite. Ni mas ni menos que el otro, sin embargo, iguales, y por sobre todo, su amistad, los hacia mejores.
Por eso es que "si había una vez un Don Quijote sin Sancho panza", no hay historia que valga la pena contar, ni aventuras que valgan la pena vivir.