sábado, 8 de agosto de 2015

Demonios

Todos tenemos demonios y fantasmas que nos acompañan a todos lados.
 Cuando somos chicos nos repiten hasta el cansancio "los monstruos no existen"; y es cierto: tal vez no haya monstruos terribles de sangre verde, pelos, colmillos y garras esperando abajo de nuestras camas ni en nuestros roperos, para arrastrarnos a la oscuridad al menor descuido. Pero a medida que creces, te das cuenta que los demonios son de otro tipo, y los infiernos aparecen y desaparecen todo el tiempo. 
Darles batalla constituye una lucha larga y agotadora. Si no colgas los guantes, si pretendes seguir camino hacia delante, es probable que te vayas cansando; que con el tiempo ya no estés tan seguro del suelo que pisas. Antes caminabas sobre cemento firme, y ahora la brea se prende de tus alas. De repente y sin aviso, te percatas de que le tenes miedo a correr riesgos, porque el piso puede convertirse en arenas movedizas de un instante a otro, y el abismo siempre esta ahí, esperando a cualquier pequeña oportunidad de tragarte. 
Se hace difícil seguir apostando cuando perdiste las fichas tantas veces y levantarte cuando probaste el sabor de tocar la lona una y otra vez. La confianza se va perdiendo, confianza en los otros, en el mundo y en uno mismo...
Cuando somos chicos, un tropezón no es caída. Los raspones se limpian y seguimos jugando. Cuando somos chicos, los monstruos desaparecen cuando te tapas hasta la cabeza y te proteges adentro de las frazadas. 
Crecer no es fácil. Volver a creer, tampoco. Y los demonios que se suman con los años, se agazapan en las grietas de nuestras heridas para cerrarnos el paso hacia adelante. 
Saltar al vacío da un miedo atroz. Pero crecer también se trata de hacer las pases con nuestros monstruos y de vencer los temores del pasado, vivir el presente y seguir soñando. 
Al fin y al cabo... ¿Quién te dice? Tal vez cuando saltes, caigas en una pileta, para seguir nadando.